Y para empezar esta nueva etapa del blog, que mejor que llevarme la contraria a mi mismo y empezar contando una vivencia, el viaje a Estocolmo para ser concretos.
Pues eso, tras un par de años de intentos infructuosos de visitar Suecia (por H o por B siempre habí aalgo que me lo impedía), y gracias a las ofertas de Ryanair (1 € ida y otro vuelta, tasas incluidas), y a la hospitalidad de Erika, que me acogió e hizo de guía durante mi estancia, por fin conseguí ir a visitar Estocolmo el penúltimo fin de semana de Mayo.
De los tres dias con sus tres noches que estuve allí, pasamos el primero y el último en Estocolmo cuidad, y el del medio en Grinda (proncunciado algo así como Griin-dá, que divertido es el sueco), una de las aprox. 30000 islas del archpielago. Estocolmo, si bien no me pareció espectacularmente bonito, me gustó mucho en general y me pareció muy agradable, con su encantador casco histórico (incluso lloviendo) y montón de zonas verdes, la estructura en islotes, sus casitas bonitas y no muy altas, etc. Ahora bien, el archipiélago me pareció asombroso. Quizá influyó el hecho de que en Estocolmo ya esperaba encontrar una ciudad bonita, mientras que el susodicho archipiélago ni sabía que exisitía hasta dos semanas antes de ir, y por tanto me sorprendió más, pero en cualquier caso la infinidad de islas totalmente cubiertas de árboles emergiendo del mar por doquier, como si de un bosque sumergido se tratara, es un espectáculo natural digno de ver.
He intentado ser breve en la descipción para no eterniza la entrada, así que os dejo unas fotillos para que veais lo que hubiera llenado varios parrafos de texto si lo hubiera intentado describir:
Panorámica del puerto de Estocolmo:
Camino serpenteando por el bosque de Grinda:
Panorámica del archipielago desde la roca más alta de Grinda:
Posando en el embarcadero:
Fuentecilla de Estocolmo:
